«Una de las principales características de la Pasión de Nuestro Señor es la soledad: el abandono, prácticamente total, por parte de los hombres; y el desamparo, aparente pero sensible y perceptivo, de su Padre.
En cuanto al abandono humano, las citas de los Evangelistas son claras: “Mirad que llega la hora (y ha llegado ya) en que os dispersaréis cada uno por vuestro lado y me dejaréis solo”; “Todos os escandalizaréis de mí en esta noche, porque está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas“; “Vino entonces donde los discípulos y los encontró dormidos; y dijo a Pedro: ¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo?“
Respecto al desamparo del Padre basta contemplar las tres horas de agonía en Getsemaní y las palabras de Jesús sobre la Cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”.
Para cumplir con el plan divino trazado para Ella, María Inmaculada debía pasar por la soledad, el abandono y el desamparo…
Para que los designios de Dios sobre la Iglesia se ejecuten, ella debe sufrir su pasión, padecer soledad y abandono.
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Había llegado el día… ¡Qué momento aquel! Al partir Jesús con sus discípulos lo siguió hasta que se perdió de vista, con el Corazón oprimiéndosele a cada paso… Y al cerrar la puerta, sintió que la casa estaba sola. Experimentó esa terrible sensación de saber que ya no se oirían otros pasos que suyos…
La soledad es uno de los sufrimientos más profundos del ser humano… Pero, ¡qué dura fue la soledad de María, después de haber compartido treinta años con el Hijo de Dios! Sí, la soledad de la María comenzó mucho antes del Viernes Santo…
Pero Nuestra Señora supo santificar ese dolor de la separación y de la soledad con fe, con entereza, con caridad; aceptando obediente la voluntad deDios…
Pero ahora se le representó nuevamente la funesta escena desarrollada aquel día, los clavos, las espinas, las carnes laceradas del Hijo, las profundas llagas, la osamenta descarnada, la boca abierta y los ojos obscurecidos…
¡Qué noche tan dolorosa fue aquélla para María!
Mirando la Dolorosa Madre a San Juan, le preguntaba con acento de dolor: Juan, ¿dónde está tu Maestro?… Y a continuación preguntaba a la Magdalena: Hija, dime dónde está tu amado… ¿Quién te lo ha arrebatado?
¡Qué horas aquellas antes de la resurrección! ¡Qué soledad tan diversa de aquella, tras la despedida de Nazaret! Es la soledad tremenda que deja la muerte del ser querido.
Así la describía Lope de Vega con gran realismo en su hermosa poesía Con la mayor soledad:
Sin Esposo, porque estaba
José de la muerte preso;
sin Padre, porque se esconde;
sin Hijo, porque está muerto;
sin luz, porque llora el sol;
sin voz, porque muere el Verbo;
sin alma, ausente la suya;
sin cuerpo, enterrado el cuerpo;
sin tierra, que todo es sangre;
sin aire, que todo es fuego;
sin fuego, que todo es agua;
sin agua, que todo es hielo…»